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Verónica vio cómo decapitaban a su hijo en un video. Ahora busca el cuerpo para poderlo enterrar

12/10/2019 - 2:30 pm

El hijo de Verónica es uno de los dos hombres que fueron decapitados antes de la masacre en un bar de Coatzacoalcos, Veracruz. Ella aún les pide a los criminales que dejen el cuerpo de du descendiente donde pueda hallarlo. 

Por Ignacio Carvajal

Veracruz, 12 de octubre (Blog Expediente).– Cincuenta días atrás, Verónica González era una estilista más en la ciudad de Coatzacoalcos, pero la desaparición y asesinato de su hijo, Agustín Javier Ronzón González, hizo que se saliera de su salón de belleza para comenzar la búsqueda de su cadáver.

En un Veracruz asolado por la violencia por las disputas de las bandas que trafican la droga y la gasolina, y ante la incompetencia de las autoridades, se tuvo que sumar a la legión de mujeres que emprenden, por sus medios, acciones para localizar a sus desaparecidos.

En este tiempo ha caminado sobre arena ardiente en la playa, sufrido picaduras de moscos, se ha espinado y se le ha bajado la presión por andar entre el monte en medio de calores que rayan los 40 grados. Pero ni así se ha rajado. La sostiene el firme propósito de regresar a su hijo a casa.

Ella es una mujer adulta que se acaba de agregar al colectivo Belén González con la esperanza de sumar esfuerzos para dar con su muchacho, cuyo caso se dio a conocer en medios nacionales cuando civiles armados lo interrogaban y posteriormente le daban muerte. Todo quedó captado en un video el cual circuló de manera viral.

Antes de aparecer en manos de civiles en ese video, su familia denunció su desaparición supuestamente a manos de autoridades policiacas.

El drama comenzó el pasado 24 agosto, cuando su chico, y un amigo, de nombre Joosemar Ríos López, salieron a comprar la cena en una colonia popular de Coatzacoalcos, una ciudad del sur de Veracruz con más de 300 mil habitantes, cuyos indices de violencia han alcanzado niveles insospechados pese al constante lanzamiento de incursiones militares y policiacas para contenerla. Hoy es figura en la lista de las ciudades más violentas del mundo, entre algunas de Brasil y África.

Al salir de casa, en esa fecha, Javier Agustín tomó su coche y se hizo acompañar de su amigo para ir a comprar tacos, pero en el camino habrían sido cateados por la policía. Sus familiares fueron a donde la comandancia, pero no les dieron razones.

Horas después tramitó la denuncia FEADPD/ZS/F2/047/2019 y UIPJ/DXXI/F12/1980/2019, así como un amparo directo para que su hijo fuera presentado por las autoridades, pues en esos documentos acusaron a fuerzas del orden de haberlos detenidos y no reportarlos ante un juez.

Fue después de esas denuncias que aparece el citado video en el cual se mira y oye a los dos chicos, bajo amenaza, reconocer presuntas actividades ilegales. Se aprecia el justo momento en que son decapitados.
Ante esas imágenes, de por si mermada la salud, terminó en el hospital con el corazón debilitado.

Cuando aún se encontraba en la cama convaleciendo, sin esperanzas, otro golpe: medios de comunicación nacionales, alentados por documentos apócrifos, anunciaban que su hijo era el dueño del bar el Caballo Blanco, donde perdieron la vida 30 personas producto de un atentado con bombas incendiarias y gasolina.

Todo el golpeteo en la prensa, sin embargo, le dieron el valor para dar el siguiente paso. Salir a medios de comunicación a defender el nombre de su muchacho, exigir su derecho de réplica negando que él fuera el dueño del bar y lanzar un mensaje a los verdugos:

«Solo quiero que me lo tiren por ahí, en algún camino o terreno donde lo encuentre, lo quiero enterrar y ya. Es todo”.

LA BÚSQUEDA

Pero pasaron los días y no hubo respuesta. Supo que se debía dar otro paso y llamó a amigos más allegados, familiares y conocidos de Agustín Javier para pedirles acompañamiento y lanzarse a buscar rastros del cadáver o alguna fosa clandestina donde pudiera estar su ser amado.

Juntó palas, picos, machetes y botellas de agua. Hizo a un lado las tijeras, la máquina de cortar cabello y las pinzas de estilista para empuñar herramientas.

Se quitó la falda y la blusa para vestirse de camisola manga larga, pantalones y zapatos industriales con los cuales marchar a ranchos y terrenos ejidales en la búsqueda de su amor.

Sin saber buscar, sin idea de una estrategia para localizar cuerpos abandonados por la delincuencia, solo con el amor que la mueve («pues yo lo parí, a mi me duele»), y temblorosa por el terror ante la violencia desbordada en el sur, anda y sufre su propio infierno.

Ya recorrió toda la costa de Coatzacoalcos buscando en los lugares donde habitualmente aparecen cadáveres que abandona la mafia, pero no ha tenido resultados. También se sumó a una brigada con el Colectivo Madres en Búsqueda Coatzacoalcos, en unos predios ubicados en un área conocida como Las Gaviotas, que en el pasado inmediato ha sido escenario de fosas clandestinas con restos humanos.

La semana pasada se presentó ante el gobernador de Veracruz, Cuitláhuac García Jiménez, en una reunión con madres de colectivos del sur.

Ahí le fajó y le pidió ayuda para localizar al hijo desaparecido. El mandatario -recuerda- le dio su palabra de organizar búsquedas y brindar el apoyo necesario.

Actualmente no cuenta con ingresos, dejó su trabajo como estilista y comerciante para dedicarse de lleno a la búsqueda de Javier Agustín, la apoyan económicamente otros familiares.

LA PRIMER BÚSQUEDA

Acompañada de su brigada, tomaron un camión urbano de los que cruzan Coatzacoalcos, y visitaron el primer punto de su búsqueda, Las Barrillas. «No tenemos coche, ni para el taxi, así que andamos en camiones urbanos y caminando”, dijo en entrevista.

Ahí, con calores hasta por 40 grados, supo de las condiciones precarias en las que andan las madres de los colectivos, que ahora son sus hermanas en dolor, y le han tendido la mano.

También conoció de la angustia y el miedo ante el terror que a diario se padece en el sur por los sicarios, los mensajeros de la muerte, los extorsionadores y ladrones que transitan libremente.

Mientras habla con el reportero, cuenta las cicatrices en las piernas por las espinas. «Son tan finitas, que se me meten en la piel, luego me las tienen que quitar mis hijas con mucho cuidado», relata.

Y es que se ha metido en ranchos, en parcelas, ha andado por zanjas y marismas buscando indicios.

En estos 50 días ha caminado por Las Barrillas, Agua Dulce, Las Choapas, Minatitlán y otros puntos de la sierra.

50 DÍAS DE RUEGO

Todos los días, antes de salir a buscar, va a sus redes sociales donde deja mensajes, fotos y canciones para su hijo.

Constantemente se dirige a quienes le hicieron eso a su hijo. Les pide que se toquen el corazón y entiendan el dolor de una madre.

Nunca ha pedido para ellos algún mal o que sean alcanzados por la justicia o el karma.

Antes bien, ha sido precavida y constante con su ruego, que regresen a Javier Agustín. Como sea.

Corta la entrevista porque debe salir volada a la central camionera, ha de viajar unas seis horas para llegar a un rancho donde, dice, le comunicaron que puede encontrar rastros de su hijo.

A seguir esperando.

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